Viajero de noche, artista en la oscuridad

Comencé a vivir cuando me enamoré por primera vez. Era una noche cálida de verano, y yo disfrutaba de mi primer campamento. Voltee a ver al lejano cielo y lo vi por primera vez. Lo observé en su máximo esplendor. Tapizado de estrellas. Tapizado de aquello que nunca se ve en las ciudades. Era lo más hermoso que había visto en mi vida. Podía divisar todas y cada una de las líneas de mi mano sin ayuda de una luz artificial. Solamente la luz de la luna y las estrellas me acompañaban con tal majestuosidad que no era necesario nada más. Desde ese momento comencé a desarrollar un romance con la noche que ha seguido durante tantos años.

La siguiente vez que vi al amor de mi vida fue en un viaje de madrugada con la familia. De la nada, mis ojos se abrieron y lo vi de nuevo. Vi de nuevo aquel cielo estrellado y brillante. Mis ojos se cruzaron con aquellos ojos del firmamento, y comencé a creer en el amor a primera y segunda vista. Comencé a creer que cualquier cosa podría llegar a ser posible. Comencé a pensar en la infinidad de cosas que podría llegar a hacer con esa mirada infinita en las estrellas a mi lado. Nunca más me volví a dormir en un viaje familiar, mucho menos si viajábamos de noche. Comprendí que esos eran los momentos de mayor reflexión y autoconocimiento que podría llegar a tener. Esos momentos en los que las estrellas viajan contigo y te acompañan a donde menos lo esperas.

Poco tiempo después murió mi abuelo. Sin embargo, unas semanas antes de morir, me recordó lo importante que había sido él en mi vida, y me pidió recordarlo cada que mirara al firmamento y buscara la estrella más brillante de este. El me prometió que ahí iba a estar. Pensando en mí y protegiéndome de lo que me pudiera llegar a afectar. Y durante más de 4 años, diario me salía a la calle a buscar a aquella estrella, la más brillante de todas que me pudiera recordar el brillo de sus ojos al mirarme fijamente. Sigo sin saber si él estaba ahí o no, pero al mirar a aquella estrella brillante, siempre me sentí protegido y libre. Siempre supe que las estrellas me guiaban en mi camino.

Pasó el tiempo, y comprendí los momentos más especiales de la vida comienzan cuando la noche se asoma y cuando la oscuridad comienza a llenar cada espacio del cuarto. Es en esos momentos cuando las personas se abren de corazón y comienzan a confiar ciegamente en la noche y en la vida y en lo que pueda venir. Comprendí entonces que en las noches es más fácil y seguro confiar en la gente que en el día, cuando existe gente dispuesta a todo por poseer la información.

Poco después empecé a entender que en las noches, incluso se piensa mejor. El no tener distracciones te ayuda a tener un mejor tren de pensamiento que te permite ir más allá de los simples pensamientos normales. Te permite pensar y adentrarte a todos aspectos de la vida que normalmente están frente a ti y no puedes quitarte la venda y verlos. El no tener esas distracciones te deja pensar en esas cosas que en verdad vale la pena pensar. En las noches puedes ser capaz de generar buenas ideas, de pensar más allá y hasta de trabajar mejor.

Vivo de noche. Creo de noche. Siento de noche. Me gusta estar ahí cuando nadie más está. Me gusta sentir el aroma y el sabor de la noche. Me gusta pensar que cada uno de nosotros vive en una noche distinta, rodeado de las estrellas que en ese momento necesita y cobijado por el brillo de esas personas que los quieren. Me gusta creer en la noche y me gusta pensar que en la noche la vida cambia y la vida mejora. Soy consciente de que una fogata a la luz de las estrellas es una de las mejores experiencias que puede haber en la vida. Soy consciente de que la mayoría de las cosas buenas que han pasado en mi vida suceden después de las 12 de la noche y antes de las 6 de la mañana. Me gusta considerarme un viajero de noche. Me gusta ser un artista en la oscuridad.