Amor fati
Desde qué era joven crecí aterrorizado de la tristeza y del dolor. Sentía que eran síntomas de un problema de esta existencia humana. Crecí huyendo de ellos y ahuyentándolos cuanto podía, incluso evitándolos. Los corazones rotos los pasaba evitando sentir hasta que un día cualquier dolor fuera nulo. Los duelos los viví en silencio y distracción. El dolor lo ignoré como si fuera lo peor que nos pudiera pasar.
Sin echar culpas, siento que esto fue consecuencia de un adoctrinamiento natural y orgánico por el que todos pasamos. Es algo con lo que me acomodé y a lo qué me acostumbré. Vivo en un mundo de taboos y uno de los más grandes tiene que ver con el dolor y sufrimiento. Y así vivía, con miedo de tener un corazón roto, con miedo de enfrentar el dolor de aceptar el sufrimiento de gran parte del mundo, con miedo de enfrentar la muerte de mis seres queridos y el sufrimiento del mismo.
La situación con esto, es que dejé que el miedo por sentir dolor me controlara. El miedo existe incrustado en nuestro ser para protegernos de lo que pueda dañar nuestra integridad física. Nos ayuda a sobrevivir y a huir de situaciones de peligro inminente. Sin embargo, el miedo por sentir dolor, realmente me aísla del mundo, me hace vivir una existencia incompleta e ignoramentemente feliz.
Y en el intento de escapar de la tristeza, cuando llegó, hace unos años gracias a una serie de eventos desafortunados, controló completamente mi ser y se convirtió en lo único a la vista. Y una depresión de unos años terminó llevándome al punto de más odio hacia mi vida. Aislamiento, tristeza y alcohol eran parte de todos mis días. Y en verdad, me sentía cómodo con esa situación. Se sentía bien recibir la atención extra de familias y amigos por verme tan desolado. Los prejuicios personales se convirtieron en voces ruidosas que decidían cada uno de mis movimientos.
Y un día, de la nada, me di cuenta que aún pasando por todos estos momentos, había una parte de mi consciente y observando la situación. Una de todas las voces en mi mente era neutral, tranquila, risueña, interesada y observadora. No hacía ruido, solo observaba y reía. Sin juicios ni valores mentales, solo observaba. Y me di cuenta de qué esa pequeña voz siempre estaba ahí, intacta, sin impresionarse de lo difícil o fuerte o feliz que fueran las situaciones. Solamente observaba atentamente, sin juicios mientras se reía de lo metido qué estaba en el drama de mi vida. Mi primer reacción al darme cuenta de esta voz fue descalificarla y mandarla lejos. Pero sin importar lo difícil que fuera el momento o completamente inaguantable que fuera el dolor, esa voz seguía ahí. Todas las voces ruidosas se callaban de vez en cuando, la voz de la superioridad moral, la voz de la visión rosa de la vida, la voz de la visión oscura de la vida. Todas las voces se callaban dependiendo de la situación, menos esa pequeña y molesta voz que solo observaba y se reía de mi dramatismo.
Y pues esa voz molesta nunca desaparecía. Sin importar si la situación era hermosa o terrible, esa voz ahí seguía. Nunca la pude destruir. Y terminé rindiéndome ante el hecho de tener esa voz molesta y silenciosa. Y rendirme fue la mejor decisión qué pude tomar. Con el tiempo aprendí a escuchar más a esa voz, que transformaba los "ese wey tiene algo personal en tu contra" por "oh, wow, ese wey hizo algo y ahora ahí vas a tomartelo personal XD". Empezó a transformar los "ugh, estoy solo" por "wow, estoy solo... ahora ¿qué pasará en esta telenovela?". Empezó a transformar los "estoy deprimido" por "wow, una depresión... ¿Cómo saldré de esta?".
La mejor forma que he encontrado para explicar esa molesta voz es una analogía muy sencilla. Es cómo si me pusiera a ver una telenovela, llena de dramas exagerados e increíbles. Sé qué todos los problemas se van a solucionar de alguna forma. Y si no se solucionan, realmente no importa. Al final, todo sale como sale y ya está. Me meto en los problemas de los protagonistas, me río de lo ridículas de sus situaciones y después, simplemente sigo con mi vida. Así era esa voz. Se reía de mis situaciones diciendo cosas como "wey, todavía estamos metidos en el drama de que a tu jefe le caes mal?" y yo me enojaba y le decía "chingada madre, es mi vida de la que hablas, deja de reírte." y se reía un poco más. Y después resultaba que mi jefe me promovía y esa voz llegaba a chingar de nuevo. Y así era nuestra relación. Odiaba esa voz. Hasta qué entendí una pequeña cosa.
Había vivido muchos dramas en mi vida qué en retrospectiva eran completamente ridículos y chistosos. Algunos se solucionaron para bien. Otros para mal. Y aún así, la vida seguía. La única diferencia entre esto y los dramas por los que estaba pasando era que ahorita solamente esa pinche voz molesta era la única capaz de reírse de mis dramas en curso. Obviamente el dolor y la felicidad y la tristeza seguían ahí. Pero esa voz las tomaba con ligereza y con perspectiva. Me decía "wey, pues estás aquí, ahora. Disfrútalo y ríete de la vida. ¿Qué más da? Al final, pasará lo que pase, y aquí seguiré yo, dispuesto a seguir chingando."
Poco a poco he aprendido a vivir con esa voz. Le di más relevancia. La empecé a usar de perspectiva. Y cómo por arte de magia, la vida empezó a cambiar. No porque el desenlace de los dramas cambiara o porque toda la tristeza se fuera, sino porque ahora comenzaba a ir más ligeramente en la vida. Comencé a vivir con una regla. Siempre preguntarme "¿Qué importa si esto sale mal?" Y la respuesta comenzó a ser siempre "pues sale mal y lidias con eso después, no es momento de preocuparte". Y eso no significa que tome decisiones pendejas sin pensar. Simplemente ahora aprendo, día a día, a tomar decisiones libre de prejuicios y ataduras, viendo mi vida como si fuera una telenovela, sin engancharme pero apasionado por lo que estoy viviendo sin importar si el juicio sea que es bueno o malo.
Al final y al cabo, no quiero vivir una vida feliz y sin drama. Quiero vivir una vida libre y completa. Es cómo si esa voz silenciosa y risueña tuviera un helado interminable qué es mi vida. A veces el sabor del helado es feliz, a veces triste, a veces deprimente, a veces orgásmico. Y poco a poco me he desnudado de mis miedos y prejuicios. Poco a poco me he deshecho de las ideas que tenía incrustadas de mi mismo. Y sobretodo, poco a poco he aprendido a aceptar intensamente cualquier sabor de helado que la vida traiga en el momento, tal cómo es. Esa aceptación ha ido evolucionando poco a poco a los fundamentos de un amor incondicional por la vida, qué me ha hecho darme cuenta de que nunca me ha faltado nada, todo lo que he creído que me faltaba, siempre estuvo dentro de mi. Obviamente no puedo decir qué ya tengo la vida controlada y que ya acepto incondicionalmente cualquier cosa qué venga en el camino, pero por algo debía de comenzar, y en este caso fue una voz molesta, silenciosa y sin prejuicios.
Quiero cerrar con el hecho de que también con esa aceptación incondicional, viene una aceptación de que en esta vida, el sufrimiento es común en otras personas. Pero con el paso de esta aventura, me he dado cuenta que la mejor forma de encontrar las soluciones para esos problemas es eliminando todos nuestros juicios y barreras mentales, dándole lugar a esa voz observadora que no emite juicios morales sobre lo qué sucede. En mi opinión, solamente aprendiendo a escuchar a esa voz silenciosa que acepta y ama a todos por igual, podremos aprender a lidiar con los problemas que dividen, lastiman y hieren a las demás personas.