Una sonrisa llena de tristeza
Mientras veo esta pantalla en blanco me doy cuenta de que en un lugar de mi mente existe mucho dolor que no he podido comprender ni he podido asimilar. Y pensándolo fríamente, la realidad es qué me siento como un ridículo dejando que todo ese dolor de mi pasado siga latente en mis reacciones y sentimientos. Pero sinceramente lo hace. Sinceramente existe dolor y tristeza en la mente que sigo intentando dejar ir. Sin embargo suena hasta idiota dejar que ese dolor siga. Nunca me faltó nada en mi hogar, al contrario, tuve más de lo que merecía. ¿Cómo es posible que haya crecido con traumas? ¿Cómo es posible que tenga problemas de un pasado tan tranquilo como lo tuve? ¿Genuinamente es un dolor lo suficientemente "interesante" como para seguir pensándolo?
Y todas esas respuestas se vuelven insignificantes pues la verdad es que no importa si las cosas deberían o no deberían ser. La realidad es que las cosas son. Y en mi caso, no importa que tanto me intente convencer de que "ese dolor no debería existir" porque existe y me marcó de formas que apenas estoy empezando a comprender. Y con este texto sé que el dolor no va a desaparecer. Sé que el dolor va a seguir ahí. Pero supongo que la parte más racional de mi mente siente que escribirlo ayudará a no dejar que me siga afectando y poder dar el primer paso a no ver a ese dolor como yo. Aunque sinceramente a veces dudo que podré salir de esto. Al fin y al cabo, el cerebro aprende de sus experiencias pasadas. Y mi cerebro lleva más de 25 años funcionando en base a todas esas situaciones de mi niñez y adolescencia. Y lo más curioso es que genuinamente son cicatrices tan pendejas que ni entiendo como sigo teniendo.
Me resulta curioso como en este texto en el que estoy intentando explicar mis sentimientos, siento la necesidad de justificar los mismos. Siento la necesidad de decir "perdón por mi dolor, se que es una pendejada y no entiendo por que me duele". Siempre he sentido la necesidad de pedir perdón por las cosas que hago por sentimientos. Perdón por la tristeza, perdón por el enojo, perdón por llorar.
Perdón por no ser suficiente.
Todo se resume a eso. Durante toda la vida me enseñé a mi mismo que nunca era suficiente para ser querido. Fue muy sencillo llegar a esa conclusión. Fue tan sencillo que llegué en la primaria. Si fuera suficiente nunca me habrían escondido mis libretas. Nunca me habrían roto las calculadoras. Nunca me habrían dejado plantado en planes "porque querían ver si caía en la broma". Nunca le habrían pedido a sus padres que no me invitaran a sus fiestas porque no me querían ver ahí. Nunca habría perdido a tantas amistades tan constantemente.
Y la realidad es que es completamente estúpido y ridículo que un adulto de 31 años se queje de no haber tenido amigos en la primaria. Es completamente estúpido y sin justificación. Pero la realidad es que ciertas cosas de mi infancia siguen doliendo. Como la lista de 33 apodos que me pusieron en la secundaria porque querían hacer la competencia de ver a quien se le habían ocurrido la mayor cantidad de apodos para Eduardo. Todavía recuerdo como robé la lista llorando, les pedí que me dejaran en paz, fui al baño a tirar la hoja y al regresar ya habían empezado la lista de nuevo. 33 apodos. Y a todos esos cabrones solo los conocía de un año. Y aún después de llorar enfrente de todos, nadie me pidió perdón. Nadie me defendió. Nadie tomo mi bando.
Si hubiera sido un caso aislado así, quizá habría podido lidiar con eso y solamente entender que era un grupo de personas inmaduras luchando por la atención y popularidad de otras personas igual de inmaduras. Sin embargo, cuando pasa en cinco diferentes escuelas, con muchos grupos de personas la rutina y la costumbre se incrustan en la mente. Y la rutina se vuelve personal. Y la rutina se vuelve propia. Y aunque ahora no tengo personas que me recuerden lo poco suficiente que soy, aquí estoy yo para hacer la chamba de los otros bullys.
Aún recuerdo el primer apodo que me pusieron de niño. Dumbo. Hoy a mis 31 años puedo decir que nunca he podido ver esa película. Simplemente nunca pude y aunque usaba la excusa de "es una película para niños", la realidad es que nunca la vi porque dolía. Y si soy honesto, no tengo ni la intención ni las ganas de verla. Sé que en algún lugar de este pobre corazón sigue latente esa cicatriz. Dumbo. Y lo peor es que tener orejas grandes les dio permiso a todos los demás en la clase de poder usarlo de burla.
Aún recuerdo cuando en cuarto de primaria ningún amigo quiso ir a mi fiesta de cumpleaños y los únicos invitados fueron hijos de amigos de mis padres. Nadie estaba ahí porque realmente quisiera. Estaban ahí porque estaban obligados.
Aún recuerdo cuando en quinto de primaria mis recreos se ocupaban en leer libros porque nadie más quería pasa tiempo conmigo. Y aún recuerdo como mi libro favorito fue el Conde de Montecristo, en el que el protagonista gasta toda su vida planeando su venganza de las personas que en su pasado lo habían lastimado. Y no puedo negar cuando digo que fantaseaba con esa realidad en la que al final yo me vengara de todos ellos.
Aún recuerdo cuando en sexto de primaria mis recreos me los pasaba en el laboratorio de computación jugando un juego de Jimmy Neutron. Finalmente en un videojuego una persona que hubiera sido bulleada en la vida real no era bulleada ahí. Otra fantasía más a la lista.
Aún recuerdo cuando en secundaria mis "amigos" me elegían para estar en sus proyectos escolares para que yo trabajara en ellos mientras ellos veían los últimos episodios de Dragon Ball Z y Supercampeones.
Y yo era como un abejita buscando flores pero buscando cariño emocional amistoso fuera de casa. Buscaba a alguien que me quisiera no por deber quererme sino porque me quería como era. Mis padres y mi hermana obviamente me iban a querer. No tenían de otra. Sin embargo, ¿Por qué nadie más lo hacía? ¿Por qué todos los demas fuera de casa me hacían sentir que yo no valía la pena? Y me convencí a mi mismo de que era verdad. Y en vez de ver mi valor como persona, empecé a ver mi valor como robot. Me dediqué a aprender, a leer, a saber de historia, a sacar buenas calificaciones, a hacer felices a mis padres. Y en eso se convirtió mi vida. Si nadie más fuera de casa me iba a querer, no podía perder también a mis padres. Y me convertí en el hijo modelo. Seguía las instrucciones de ellos porque al final ellos son los únicos que me querían, porque iba a seguir instrucciones de alguien más.
Y todo eso culminó en secundaria cuando fui reconocido en la ceremonia final por ser la persona más over achiever. Olimpiada de matemáticas, modelo de naciones unidas, mejores promedios, beca de excelencia. Y todavía recuerdo cuando mi único sentimiento no era felicidad y orgullo propio. Era enojo hacia mis compañeros. Mi sentimiento natural fue decir "les voy a demostrar que yo voy a vivir una mejor vida y con más dinero y éxito que ellos". Fue coraje después de tantos años de ser bulleado, de no ser defendido, de no sentirme querido.
De no ser suficiente para gozar con el cariño de una persona que no tuviera la obligación de quererme.
Me refugié en una historia personal en la que una persona aislada de la sociedad encontraba un brazalete que le daba superpoderes y después de eso creaba un equipo de superhéroes en donde lo querían y eran sus amigos y lo salvaban cuando estaba en problemas. Porque al final, ese niño solo quería eso. Un lugar seguro en donde alguien decidiera quererlo al menos un poquito. Solo un poquito pedía.
Y al final eso era lo que hacía. Vivir fantasías. Fantasías de un mundo mejor donde la gente me iba a querer por el simple hecho de ser yo. Fantasías que me llevaron a vivir en el engaño de que podía ignorar mis sentimientos porque al final a nadie más le importaban. Si lloraba en la escuela a nadie le importaba. Y trataba de pretender que todo estaba bien en casa porque no quería ser el débil que involucraba a sus papás cuando recibía tratos de bullys. Me entrené a mi mismo a entender que mis sentimientos estaban mal y que debía pedir disculpas por ellos. Y me entrené a mi mismo para entender que las personas apestaban y que buscar amistades era el primer paso para ser lastimado y sentir que no era suficiente. Y de todos modos no importaba. Yo no importaba.
Y tristemente eso se ha reenforzado desde ese entonces han pasado muchas ocasiones en donde personas que yo consideraba cercanas terminan lastimándome, alejándome, recordándome que no soy suficiente para que quieran seguir en mi vida. Recordándome que no soy suficiente. Recordándome que mis sentimientos no importaban. Recordándome que si escondía mis sentimientos al menos así ellos creían que no me lastimaban. Me hacía sentir que ganaba una batalla. Aunque 31 años después me di cuenta de que perdí la guerra. Ellos ganaron. Ellos lograron hacerme creer que yo no valgo la pena y que nunca lo valí. Que la gente solo me iba a querer si aparentaba felicidad y que solo tenía sentimientos positivos. Y me convertí en ese actor que esconde su dolor en chistes. Ellos ganaron.
Y ahora, años después, me tocó llorar (para variar) frente a mi terapeuta al darme cuenta de que la razón principal por la que tengo tantos sentimientos de coraje contra mi mismo es porque ellos ganaron. Desarollé un desmadre que se llama Anxious attachment disorder o una cosa similar en la que me cuesta crear lazos afectivos sinceros y reales porque mi cerebro piensa por experiencias anteriores voy a terminar lastimado. Me alejo de la gente conscientemente, dejo de contestarles mensajes, busco excusas para no verlos o simplemente dejo de buscarlos porque sé que de todos modos me van a lastimar. ¿Cuál es el punto de intentar si al final la historia siempre va a terminar igual, conmigo creyendome menos? Siempre ha pasado. ¿Por qué dejaría de pasar?
Y todos esos sentimientos combinados con haber sido el hijo modelo que nunca se rebeló terminó creando a una persona sin control de su vida. Cuando descubrí que la vida que escogí para complacer a mis padres no me hacía feliz intenté ganar control sobre la misma. Sin embargo es difícil querer darle el control a este niño herido y lastimado que nunca se va a sentir suficiente tal y como es. El evitar sentimientos, no tomarlos en serio y convencerme de que no importaban no desapareció a los bullys, solamente mi mente se convirtió en mi propio bully. Y ahora que intento decidir no tener la vida que complacería a mis padres, mi propio bully me dice que no vale la pena, que no valgo la pena y que de nada sirve todo este esfuerzo cuando al final y al cabo eso no hará que me sienta mejor conmigo mismo.
En retrospectiva existen pocos logros o acontecimientos en mi vida que pude disfrutar sin tener que pensar "a huevo, les demostré". Porque siempre existió en mi el dolor de no ser suficiente y que al menos consiguiendo cosas en la vida lo iba a ser. Quizá así iba a tener su respeto. Quizá así iba a tener amigos. Hoy puedo decir que no sirvió de nada. Sigo igual que roto que cuando era un niño inseguro sin amigos y creyéndose infinitamente inferior. La realidad es que si soy sincero conmigo mismo, ese sentimiento nunca se fue por más que lo ignoraba.
Hoy puedo decir con completa confianza que ese agujero emocional causado por toda esa insuficiencia sigue ahí. Sigo sintiéndome insuficiente. Sigo sintiendo que es mejor no encariñarme con amistades porque al final se van a ir. Sigo evitando conexiones humanas porque no las merezco. Sigo pidiendo disculpas por mis sentimientos. Sigo haciéndole caso a esas voces que me juzgaban, criticaban y maltrataban. La única diferencia es que ahora escucho esas voces constantemente adentro de mi cabeza.
Y genuinamente si siento que es una pendejada que me esté quejando de todo esto. Existen problemas reales en el mundo. Existe gente realmente sufriendo. Y yo vengo aquí a quejarme de que de niño me bullearon. A todos los bullean. A todos los lastiman. No soy especial por haber tenido esta situación. No es la gran cosa. Solo soy un humano más intentando sentir menos dolor en el día a día. Sin embargo, hoy me doy cuenta de al intentar tomar las riendas de mi vida, le di las riendas a una más de las entidades de esta vida que más me han lastimado: Yo.
Al final, los bullys ganaron.