Presencia Brutalmente Genuina

Toda mi vida he sido un esclavo de las ansiedades del futuro y de las heridas del pasado. Completamente natural gracias al estilo de vida que vivimos. Nacemos con expectativas puestas sobre nosotros, expectativas que no sabemos si conseguiremos, lo que genera una ansiedad sobrehumana desde nuestros primeros años de vida. Y conforme caemos en hoyos de depresión y fracaso, nuestras heridas profundas tardan en sanar, si es que lo hacen, y cargamos inconscientemente con todas y cada una de ellas, lo que genera una depresión sobrehumana desde nuestras primeras caídas. Durante esta cuarentena, sin embargo, he llegado a la conclusión de que la mejor forma de vivir la vida es viviendo el presente y nada más.

Partiendo de que el pasado solamente son recuerdos y el futuro son ideas hipotéticas en la mente, realmente la única "cosa" real, tangible y apreciable es el momento actual, el momento presente. Nunca habrá un momento igual que este. O que este. O que este otro. No existe absolutamente nada más. Puede haber metas por conseguir y experiencias del pasado, pero todo está en la mente del que está leyendo esto. Esto le ha dado un pequeño cambio a la perspectiva que tengo de la vida. Aunque todavía no lo logro completamente, me gustaría llegar a un punto en el qué el pasado realmente solo sean enseñanzas y la incertidumbre del futuro no me aterre. Quiero vivir mi presente. No ver al pasado como "ciencia exacta de las cosas que volverán a pasar" ni al futuro como "algo que puedo predecir". Pero vivir en el presente sigue siendo algo que aprendo cada día a hacer porque cada día es un nuevo presente. Y es ahí dónde hasta mi filosofía de cómo vivir mi vida se ha visto impactada.

Es como ir en un pequeño velero en la mitad de un oceano interminable. Quizás las estrellas puedan ayudar a orientarte sobre los puntos geográficos y las islas que hay alrededor. Sin embargo, escribir sobre piedra el destino que tomarás puede ser contraproducente. De no llegar a la isla propuesta, la depresión puede surgir. De llegar, puede no ser suficiente. No se trata de no definir destinos. Es más bien, definir destinos algo ligeros y abiertos a cambios. Es aprender a tomar decisiones con cierta ligereza. Estoy hablando de una toma de decisiones desde el momento presente de las olas, el mar, el viento y las estrellas. Es más fácil mover a un velero unos cuantos metros a la derecha con ayuda del viento y la marea que llegar a una isla paradísiaca en contramarea en dos años. Es por eso, que desde mi trinchera, veo productivo aprender a observar el momento actual y decidir partiendo de todos los factores alrededor hacia dónde ir. Aprender a escuchar más al presente, y partiendo de ahí, decidir a dónde ir en el futuro, siempre instante a instante.

Y ahí es donde entra una de las reglas que he comenzado a adoptar. Regalarle al universo en su momento actual, mi presencia brutalmente genuina. Aprender a estar en silencio y escuchar. Escuchar a los pájaros cantar en una mañana ajetreada. Sentir el calor del sol aún en los días nublados. Sentir el pasto mojado mientras hay niños jugando y gritando en el parque. Escuchar el silencio entre las palabras durante las conversaciones virtuales. Notar los estragos de la soledad en plena cuarentena. Nunca existirá un momento cómo el actual. Las historias nisiquiera se cuentan del mismo modo dos veces seguidas. Y regalarle la total atención y presencia al universo es lo más que puedes ofrecerle. Y la única forma en la que en mi opinión se puede llegar a este punto, es aprender a estar en silencio mental absoluto. Estamos acostumbradísimos a pensar y a juzgar. Quizás de vez en cuando sería interesante callar y escuchar, aún en los días en los que el barullo de la vida no nos deja poner atención.

Y si regalarle al universo la presencia brutalmente genuina es lo mejor que se puede hacer, regalarle a alguien más lo mismo es igual de importante. Algo menos sería deshonesto. Algo más sería imposible. En el momento en el que dos o más personas se encuentran en el mismo lugar, al mismo tiempo y de una forma genuina, nada más importa. Cuando algo así existe, un lugar en común es creado, en el que los juicios se desnudan y las inseguridades salen huyendo. En ese pequeño e irreconocible lugar en el universo nace una aceptación incondicional del momento presente. Cuando una persona se encuentra en completa aceptación, regresa a la seguridad del hogar, en la que se siente a salvo. Y a ese lugar, yo le llamo amor.